El Gasómetro todavía espera el gol que nadie le regaló
Emocionate con esta crónica que rememora al amado Viejo Gasómetro. Porque un día el estadio de San Lorenzo estará donde pertenece y todo volverá a ser como antes.
Corría el 2 de diciembre de 1979, un domingo por la tarde en el que nadie sabía lo que estaba por acontecer. Diego Armando Maradona, que todavía vestía la camiseta de Argentinos Juniors, había marcado por duplicado en la goleada por 5-1 sobre Independiente de Rivadavia, llegando así a los 12 tantos que le valieron ser el goleador de aquel Torneo Nacional 1979. Sin embargo, y pese al esfuerzo del 10, Argentinos no logró clasificar a los cuartos de final, al igual que San Lorenzo y Boca Juniors, que ese día se disputaban la misma posibilidad en la última fecha del grupo D.
Un partido que fue para el olvido terminó siendo inolvidable. Cualquiera de los dos equipos que ganara, pasaría a la siguiente instancia, pero nada pudo quebrar el marcador. Incluso, el Loco Hugo Gatti le contuvo un penal a Hugo Coscia, evitando así la derrota xeneize e imposibilitando que San Lorenzo se clasificara a la siguiente instancia.
Terminado el partido, los guardias cerraron los portones de hierro y chapa del Viejo Gasómetro. Pero nadie se preocupó. El Ciclón volvería a ser local al siguiente año, cuando comenzara el Torneo Metropolitano. Jamás ocurrió. Aquel día, fue el partido despedida del mítico estadio, al que llamaban el Wembley Porteño, y nadie le regaló un gol.
Hoy es 30 de noviembre de 2017, pasado mañana se cumplirán exactamente 38 años de ese entrañable clásico, que más de uno quisiera volver a vivir, para así acariciar una vez más los tablones de madera y fuerte hierro que le daban forma al glorioso Viejo Gasómetro.
Hoy también es una fecha importante para los Cuervos, cada 30 de noviembre se celebra el Día del Hincha, que conmemora la lucha de los sanlorencistas para evitar que el club fuese gerenciado por International Sport and Leisure, una empresa privada proveniente de Suiza. En 2000, bajo el lema “San Lorenzo no se vende”, los fanas del Ciclón se autoconvocaron al Nuevo Gasómetro y tuvieron un violento enfrentamiento con los policías que habían vallado el estadio para impedir el acceso.
San Lorenzo no se vendió, y por eso cuando entro al Bar San Lorenzo luciendo la camiseta azulgrana, el mozo se acerca y con una sonrisa en su rostro me dice “Feliz día”. Todavía no es mediodía y hay pocas personas sentadas en las quince mesas que completan el lugar. La mayoría son amigos habituales del cafe. Se nota porque se apropian del establecimiento, como de una segunda casa, sin necesidad de pedir permiso para nada.
Es un lugar pequeño, por lo que se escucha todo lo que se habla. “¿Hoy vas a la norte?” le pregunta una mujer, que forma parte de ese grupo de amigos, a Eduardo, el dueño del establecimiento. San Lorenzo jugará a las 19 con Atlético Tucumán su último partido del año como local en el estadio Nuevo Gasómetro, el que reemplazó al Viejo después de 15 años vagando por casas ajenas.
Ubicado en la esquina de Avelino Díaz y avenida La Plata, el Bar San Lorenzo se erige de color amarillo por fuera y con pinturas que recuerdan al tanguero Carlos Gardel y al periodista y escritor Osvaldo Soriano, reconocido hincha de los Santos de Boedo desde Cipolletti. Un escudo pintado en el alto ventanal de la puerta saluda al que ingresa al lugar, y actúa de antesala de lo que vendrá luego.
Me siento junto a la ventana que da a avenida La Plata y miro hacia afuera. El Viejo Gasómetro, aquel gigante de hierro que vivió e hizo vivir momentos gloriosos, ya no está. Su lugar lo ocupa un hipermercado que lleva los mismos colores que San Lorenzo, pero que de ninguna manera lo representa.
En noviembre de 2015, San Lorenzo y Carrefour llegaron a un acuerdo para que la firma francesa liberara los terrenos y el estadio vuelva a Boedo. Es por eso que se torna imposible no escuchar los martillazos que golpean metales y los taladros que rompen concreto de la mano de enfrente. A lo lejos se puede divisar un sector vallado. “Están empezando a construir la nueva tienda para dejarle el lugar al club”, suelta un guardia de seguridad.
Mientras escucho ese ruido de fondo que grita “San Lorenzo está volviendo” comienzo a recorrer con la vista el Bar. Todas las paredes están ocupadas por fotos, muchas fotos, placas, cuadros, banderas, pelotas, banderines y un artículo de diario. “Aquel templo del fútbol en Boedo”, titula el recorte. Cuenta la historia del viejo estadio a 20 años de haberse jugado el 0-0 con Boca, cuando Gatti atajó un penal y el Gasómetro se despidió de su gente sin que nadie le regalara un último gol.
El mozo trae mi bebida, inmediatamente la destapa y la deja sobre la mesa. No la sirve en el vaso de vidrio que está frente a mí, así que lo hago yo. Bebo el primer sorbo y me paro para ver algo que me llamó poderosamente la atención. Seis placas, acompañadas de fotografías, adornan una de las paredes.
Una de ellas resalta por ser blanca y contrastar con la pared de madera oscura: ”Café San Lorenzo. Declarado Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Símbolo de Boedo. Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, 2012”.
Sin embargo, dos plaquetas conmemorativas no encajan, o no parece que debieran estar allí: una que recuerda a Osvalo Soriano a cuatro años de su muerte y otra, del 2013, por el 45° aniversario del “Glorioso equipo de Los Matadores”. Eduardo, el dueño del Bar, dice por qué están allí, y carga contra el club: “Son de una época en la que la dirigencia estaba en otra. No le daba bola a nada y por eso las trajeron acá”.
Me doy media vuelta y, sobre una esquina, encuentro decenas de fotografías. Son todas de formaciones de San Lorenzo antes de comenzar el partido: los campeones de 2007, los del 74, los del 59, los del 2001. Un poster descolorido está apoyado sobre el piso y la pared: Es el Pipi Romagnoli levantado la Copa Libertadores en 2014, con Ortigoza y Mercier a su lado.
En una mesita, a una pequeña maqueta del Viejo Gasómetro le falta mantenimiento. Una de las plateas está derribada. Al estadio hecho de cartón le falta pintura y una buena plumereada para sacarle todo el polvo que acumuló desde que la pusieron allí vaya a saber Dios cuándo.
Termino la gaseosa, que hace como una hora la tengo calentándose por el rayo de sol que entra por la ventana, y vuelvo a pararme para ir al baño. El trayecto entre el punto de partida y de llegada no tiene más de cinco metros, suficiente para que tarde 15 minutos en recorrerlos por la cantidad de objetos que me encuentro en el paso y que no puedo dejar de apreciar.
Un cartel, notablemente viejo, cuelga en las penumbras y es de difícil acceso. “Feliz cumpleaños, Ciclón. Te amamos”, y debajo la fecha: 1 de abril de 1989. Es uno de los pocos recuerdos que quedan de antes de que Eduardo compre el Café: “Antes, sí, se llamaba Bar San Lorenzo, pero no le daban ni bola al club. Tenían una fotito y nada más. Nosotros, cuando llegamos en 2002 lo decoramos todo”.
Sigo mi camino, pero antes de pasar la puerta observo arriba una pintura sobre la pared. El artista retrató un día normal de partido, podría ser el lejano 2 de diciembre de 1979. La gente caminando sobre avenida La Plata y el Viejo Gasómetro que se levanta en el fondo.
Antes de entrar al baño me doy media vuelta, miro mi mesa, donde todavía está la botella vacía. Levanto la vista y veo la obra en construcción. Obreros trabajando, llevando sus herramientas hacia el sitio vallado, del que el guardia me habló. Los martillazos se siguen escuchando, al igual que el taladro que hace un ruido infernal. Algún día el Gasómetro volverá a estar ahí, esperando ese gol que nadie le regaló una tarde de 1979.
Por Pedro Carbone (@carbone_pedro)